viernes, 13 de febrero de 2015

La vida misma


     Transcurre el año 1938, los militares sublevados al mando del generalito y el ejército republicano se dedican con ahínco a quitarse la vida mutuamente de una y mil maneras en todos los puntos de la península, los facciosos con importante apoyo extranjero van ganando el combate y ya dominan gran parte de ella, desconocen aún que, todavía resta un año para que la espantosa sangría finalice con la victoria de los alzados en armas.

     En nuestro pueblo, -tomado ya por las fuerzas rebeldes-, se ha instaurado forzosa y de manera formal la dictadura política, económica y religiosa que tanto deseaba el generalito y que había de perpetuarse hasta la muerte de éste, cuarenta años más tarde.

     Mientras los soldados se baten el cobre, la badana y lo que les viene a mano en los múltiples frentes, la vida del resto de los mortales -y nunca mejor dicho pues su vida dependía de los avatares bélicos y de los caprichos militares- transcurre inmersa en un sumidero de dolor y miseria.

     Tratando de paliar en alguna medida esa vida indigente y temerosa, algunas personas, mayormente aquellas que disponían de algunos haberes, como el camionero-transportista mondragonés J. T. U. quien tras una larga y agotadora jornada de trabajo, se dispuso junto a otros amigos de la “Sociedad Danobat” a solazarse en animada charleta frente a algunas “chupinas” de vino.

     Tan inocente y natural disfrute curiosamente le acarreó unas consecuencias insospechadas a nuestro conductor.

    Un sereno, vecino de Mietzerreka participó a la Guardia Civil del puesto de semejante algarabía, y estos, teniendo conocimiento del hecho procedieron como tienen por costumbre.

     Días más tarde, J.T.U., recibe en su domicilio una sanción de 120 Pts. “…. Por permanecer hasta altas horas de la noche en la sociedad “Danobat” haciendo consumiciones de bebidas.”

     Caras, muy caras le salieron las bebidas a nuestro amigo a tenor de lo que suponían 120 Pts. del año 1938, cuya equivalencia a día de hoy podría significar algo más de 200 Euros.

     Hasta ese punto y más allá intervenían impunemente las nuevas autoridades en la vida privada de las gentes que, sin derecho alguno ni defensa posible, hubieron de hacer frente al nuevo “establishment” en el que muchos de ellos, -y no precisamente debido a su edad-, no alcanzaron a conocer otro.

     Sirva ésta intranscendente anécdota como ejemplo de la dura posguerra y como recuerdo desde aquí para todos ellos y ellas que, también pasaron lo suyo.

    En próximas entregas relataremos algunas de sus historias.

 

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