miércoles, 28 de enero de 2015

El ESCUDO DE ARMAS DE NUESTRA VILLA




El espectacular escudo de piedra caliza que, adorna la fachada de nuestro Ilustre y desde su atalaya contempla todos los acontecimientos que tienen lugar en la Plaza desde el año 1760 en que Manuel Martín Carrera, ( 24 años) hijo de Martín de Carrera arquitecto de Beasain y director de la obra del nuevo Ayuntamiento presentó al Ayuntamiento reunido en sesión, el diseño del solemne escudo que previa aprobación de la Corporación la ejecutó bajo la dirección de su padre, en piedra caliza de Salvatierra (de mejor calidad al parecer que la de Galarra,con la que se construyó el resto del edificio) y para que no hubiera equívocos en su autoría grabó en el interior de la corona su nombre y la fecha de la talla.
Un anónimo hijo de la villa, donó los 6000 reales que costó el escudo.
En heráldica a éste tipo de escudos son conocidos como “escudos parlantes” es decir comunican hechos y sucedidos honrosos en sus diferentes elementos y como tal, el nuestro nos da cuenta de varios hechos de armas que enriquecieron el blasón a lo largo de los años.

Los elementos que lo conforman son:
.- Sobre un campo de gules (Sobre un fondo rojo)
.- Un castillo de oro.
.- En los flancos dos robles, uno a cada lado del castillo.
.- Una cadena de gruesos eslabones de oro que ciñe los elementos anteriores.
.- En punta un dragón sobre fondo de campo verde.
.- Ondas de azul y plata.

Y por divisa lleva la siguiente estrofa del Cronista del rey Católico. Que se conserva en el Nobiliario Anónimo de Guipúzcoa en la Biblioteca Nacional de Madrid.

“Cuando Arrasate primero,                                   Vi un dragón inflamado
 por ser leal e guerrero                                           Monte y Castillo Real
 Llamó el rey Montdragón.                                   Que se ganó en el Salado,
 Donde nacen, donde son                                      Con las cadenas cercado
 los hombres fuertes de acero                                Por su vencimiento ganada
                                                                               Del Puerto del Muradal

El Castillo de oro es una concesión al pueblo de Mondragón por la gloriosa participación de nuestros antepasados en la batalla del río Salado ante las huestes de Abdul-Hasan que amenazaban Gibraltar y Tarifa, la acción de los mondragoneses mandados por Juan Nuñez de Lara englobados en el ejército castellano derrotaron al enemigo en las orillas del mencionado río el 30 de Octubre de 1340 por aquella brillante participación, el Rey “concedióles la incorporación a su escudo de un castillo para que sirviese de peremne memoria”.

Los dos robles, simbolizan los dos valles que confluyen en Mondragón, Léniz y Ugarán.

La cadena de gruesos eslabones de oro que circunda los robles y el castillo, se añadió al escudo por la valerosa y temeraria acción de los mondragoneses en la batalla del Muradal, en las Navas de Tolosa (Cazorla, provincia de Jaen) quienes junto a los navarros bajo el mando del Conde Haro rompieron las cadenas que protegían la tienda del Emir “Miramamolín”. Los navarros se llevaronb algunos pedazos de éstas cadenas y posteriormente las incorporaron como elemento único al escudo del reino. (Hoy en cuestión). El Rey de Castilla concedió a los mondragoneses la incorporación de las mismas cadenas a su escudo.

La presencia del dragón en el escudo hace clara referencia a nuestro nombre y leyenda.
Las ondas de azul y plata señalan la característica de nuestra provincia como limítrofe con el mar.
Hace ya algunos años, nuestra corporación decidió de manera irresponsable modificar el escudo de todos aquellos elementos de papelería y administración por un nuevo y actualizado logotipo que una empresa en desaguisados de ese tipo se encargó de destrozar, eliminando del mismo las cadenas y la corona real por “no encajar en el nuevo diseño”. Confiemos que a ningún edil se le ocurra que el pétreo escudo es demasiado viejo y obsoleto y ordenen picarlo para asemejarlo al horroroso diseño que actualmente sufrimos.

jueves, 22 de enero de 2015

Mis tías y la metralla de la guerra.

El otro día fui a visitar las excavaciones que desde hace un par de años está llevando a cabo el arqueólogo Etor Tellería y su equipo en la cima de Murugain, pero resulta que, al parecer ese fue el día en que se tomaron descanso, pues no encontré a nadie, por lo que pude pasear tranquilamente por las trincheras a lo largo de toda la zona excavada y entre uno de los montones de tierra removida, me encontré un casquillo de bala de la guerra.
Según bajaba nuevamente hacia la fuente de Naparrena, recordé una curiosidad que me ocurrió hace algunos años, mientras trabajaba en la enfermería de la Unión Cerrajera, ocurrió que los técnicos del Ayuntamiento de Mondragón comprobaron que los algunos olmos del parque de Zaldibar estaban afectados por una enfermedad que los debilitaba y decidieron cortarlos en evitación de males mayores, concretamente algunos de ellos justo frente a mi lugar de trabajo.
Cuando se procedió al corte, me acerque a los operarios y les pedí que me cortaran una sección transversal del olmo más grueso. Así lo hicieron y lo recogí conservándolo en mi poder durante algún tiempo. Lentamente fui nivelando y suavizando con lija la superficie con el fin de contar los anillos y determinar su edad.
Resultó una sorpresa comprobar que incrustado en el interior del tronco destacaba claramente un pequeño fragmento metálico. La sorpresa fue aún mayor cuando al contar los anillos resultó que el citado fragmento estaba incrustado en el anillo correspondiente al año 1936, por lo tanto era muy posible que correspondiera a algún trozo de metralla de algún proyectil de los muchos que cayeron en Mondragón.
Pero la sorpresa se convirtió en mayúscula cuando comentando el hecho en la familia, mi tía Tere comenta que, ese año, siendo ella una chiquilla se hallaban jugando en Zaldíbar un grupo de niñas, -entre ellas mi tía Mertxe- y estando en esas, un proyectil hizo explosión muy cerca de ellas, causando la muerte a los niños Maritxu Gallastegui y Manuel Zulueta, resultando mis dos tías heridas en el abdomen y la espalda, siendo atendidas en el Hospital Militar ubicado en los bajos de la Casa Maixor.
¿Pudo ser aquella metralla incrustada en el olmo parte del proyectil que causó semejante desgracia y que 66 años más tarde me descubrió esta terrible historia?

jueves, 8 de enero de 2015

El sexo de los ángeles




     Cuentan que hace años, a mediados del siglo XV, los habitantes de Bizancio -la actual Estambul- se hallaban enfrascados en una fuerte discusión sobre la condición sexual de los ángeles, si eran varones o hembras, algo al parecer  extraordinariamente importante para el cristianismo universal de la época. 

     Filósofos, teólogos, políticos y el propio pueblo llano se encelaban en tan peregrina cuestión, defendiendo posturas cada vez más enconadas.

     Esos extraños seres -los ángeles- son mencionados en repetidas ocasiones en el Libro Sagrado. El propio Judas Tadeo en su única carta canónica, los menciona cuando afirma:
     “ Y además que a los ángeles que; sino mantuvieron su dignidad sino que abandonaron su propia morada los tiene guardados con ligaduras eternas bajo tinieblas para el Juicio del Gran Día”
      También Pedro en alguna de sus cartas demuestra conocerlos, cuando dice:
     “Pues si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron sino que precipitándolos en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio...”
     Hasta el mismísimo Jesús los cita, siquiera de pasada, cuando es preguntado por los saduceos sobre cuestiones matrimoniales, responde:
    “En la resurrección, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido sino que serán como ángeles en el cielo”

     Con argumentos emanados de éstas citas y otras muchas más, polemizaban los bizantinos, mientras los turcos hacían cola tras sus muros para comenzar a repartirse los despojos de la hasta entonces orgullosa capital.

     Tal discusión, con la consiguiente pérdida de tiempo y energía que, bien hubieran podido dirigir a la defensa de su ciudad, provocó que Bizancio fuera asaltada y arruinada, quedando la angelical cuestión definitivamente irresuelta, pues a los nuevos señores conquistadores se la traía mayormente “al pairo”.

    Esa lamentable pérdida, acaso hubiera podido ser evitada de haber realizado una sencilla consulta al Sr. cura párroco de nuestra iglesia de San Juan Bautista quien sin duda conocía perfectamente el sexo de los ángeles.


De haberle preguntado, hubiera resuelto la discusión en un “plis-plas” y sin atisbo de duda. Les habría arrastrado hasta el retablo de la Virgen del Rosario y señalando con su dedo los varoniles atributos de los ángeles representados en las pinturas que adornan las columnetas de la predela del citado retablo, habría sentenciado: 

¿No veis? ¡Son varones! 



¿Si o no?