Transcurre el año 1938, los militares
sublevados al mando del generalito y el ejército republicano se dedican con
ahínco a quitarse la vida mutuamente de una y mil maneras en todos los puntos
de la península, los facciosos con importante apoyo extranjero van ganando el
combate y ya dominan gran parte de ella, desconocen aún que, todavía resta un
año para que la espantosa sangría finalice con la victoria de los alzados en
armas.
En nuestro pueblo, -tomado ya por las
fuerzas rebeldes-, se ha instaurado forzosa y de manera formal la dictadura
política, económica y religiosa que tanto deseaba el generalito y que había de
perpetuarse hasta la muerte de éste, cuarenta años más tarde.
Mientras los soldados se baten el cobre,
la badana y lo que les viene a mano en los múltiples frentes, la vida del resto
de los mortales -y nunca mejor dicho pues su vida dependía de los avatares
bélicos y de los caprichos militares- transcurre inmersa en un sumidero de
dolor y miseria.
Tratando de paliar en alguna medida esa
vida indigente y temerosa, algunas personas, mayormente aquellas que disponían
de algunos haberes, como el camionero-transportista mondragonés J. T. U. quien tras
una larga y agotadora jornada de trabajo, se dispuso junto a otros amigos de la
“Sociedad Danobat” a solazarse en animada charleta frente a algunas “chupinas”
de vino.
Tan inocente y natural disfrute
curiosamente le acarreó unas consecuencias insospechadas a nuestro conductor.
Un sereno, vecino de Mietzerreka participó
a la Guardia Civil del puesto de semejante algarabía, y estos, teniendo
conocimiento del hecho procedieron como tienen por costumbre.
Días más tarde, J.T.U., recibe en su domicilio
una sanción de 120 Pts. “…. Por
permanecer hasta altas horas de la noche en la sociedad “Danobat” haciendo
consumiciones de bebidas.”
Caras, muy caras le salieron las bebidas a
nuestro amigo a tenor de lo que suponían 120 Pts. del año 1938, cuya
equivalencia a día de hoy podría significar algo más de 200 Euros.
Hasta ese punto y más allá intervenían
impunemente las nuevas autoridades en la vida privada de las gentes que, sin
derecho alguno ni defensa posible, hubieron de hacer frente al nuevo
“establishment” en el que muchos de ellos, -y no precisamente debido a su
edad-, no alcanzaron a conocer otro.
Sirva ésta intranscendente anécdota como
ejemplo de la dura posguerra y como recuerdo desde aquí para todos ellos y
ellas que, también pasaron lo suyo.
En próximas entregas relataremos algunas
de sus historias.
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