Hoy
le vamos a dedicar unas líneas a Irineo Aramendia, que fue el revisor de la
línea Gasteiz-Estella del Vasco Navarro.
Irineo
tenía 18 años cuando comenzó a trabajar en el ferrocarril y allí estuvo hasta
el último día. Aquel 31 de diciembre de 1967 se realizó el último viaje y los
recuerdos de 26 años de trabajo, le llegaron a borbotones a su memoria.
Como
siempre se levanto temprano, el tren partía a las 8 de la mañana y había que
preparar muchas cosas antes de iniciar el viaje. Durante la noche había nevado
y estaba intranquilo, la nieve no era una buena compañera de viaje.
Al comenzar el viaje, no podía apartar la
vista de aquel cartel que anunciaba la suspensión del servicio del tren y en
cómo le cambiaría la vida a partir del día siguiente.
Le
costo mucho empezar la jornada, pero su obligación era pedir los billetes a los
pasajeros y eso es lo que hizo. La frase que más se escucho durante toda la mañana,
fue aquella que decía: “Que le vamos a hacer...”.
Irineo
pensaba en los años de esplendor del tren, en los cientos de miles de viajeros
que lo utilizaron durante todos los años que ha estado funcionando. Las
toneladas de mercancías y ganado que se movieron por sus vías, los trenes
especiales que se organizaban para asistir a ferias e incluso partidos de
futbol entre el Izarra y el Alavés.
Imbuido
en estos pensamientos el tren llega a Estella. Antes de almorzar y cómo todos
los días, Irineo ayuda a su compañero Gabriel, el motorista, a enfilar el tren
hacia Vitoria. Después en la cantina y casi en silencio, comieron y brindaron
con todos los compañeros. Se despidieron y enfilaron camino a Vitoria, les
esperaba una dura tarde, muy dura.
Ahora
si, en cada estación no va a haber un “hasta mañana”. En todas y cada una de
ellas, se suceden los abrazos de despedida y cómo no, alguna que otra lágrima.
En todas las estaciones de la Llanada (que casualidad), las jefas de estación
eran mujeres, grandes compañeras y mejores amigas todas ellas.
Inevitablemente,
el tren fue acumulando retraso, pero nadie protesto. La emoción también
afectaba a los pasajeros, que después de tantos años, sentían el tren cómo algo
propio. Casi nadie entendía lo que estaba pasando.
Después
de despedirse de su amiga María, jefa de la estación de Ullibarri, decidió que
ya no iba a seguir picando billetes. Se sentó junto a una ventana y viendo
pasar el paisaje, recordó los mejores momentos de sus 26 años de trabajo.
Al
llegar a Vitoria lucía el sol y la nieve casi había desaparecido. Cogió una
piedra de las vías y saco un par de billetes en la taquilla, esos iban a ser
los recuerdos que se llevaba a casa.
La
nochevieja fue un poco rara. Después de cenar y de brindar por el año nuevo,
intentando mantener el tipo delante de sus hijos y cuando todos estaban
enfrascados en la partida de cartas, Irineo se retiro a su habitación y no pudo
evitar el llorar amargamente durante un largo rato, hasta que le venció el
sueño…
Datos para la confección del artículo:
Apuntes de Javier Suso San Miguel.
Diario de Navarra del 9 de enero de 1997.
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