Cuentan que hace años, a mediados del siglo XV, los habitantes de Bizancio -la actual Estambul- se hallaban enfrascados en una fuerte discusión sobre la condición sexual de los ángeles, si eran varones o hembras, algo al parecer extraordinariamente importante para el cristianismo universal de la época.
Filósofos, teólogos, políticos y el propio pueblo llano se encelaban en tan peregrina cuestión, defendiendo posturas cada vez más enconadas.
Esos extraños seres -los ángeles- son mencionados en repetidas ocasiones en el Libro Sagrado. El propio Judas Tadeo en su única carta canónica, los menciona cuando afirma:
“ Y además que a los ángeles que; sino mantuvieron su dignidad sino que abandonaron su propia morada los tiene guardados con ligaduras eternas bajo tinieblas para el Juicio del Gran Día”
También Pedro en alguna de sus cartas demuestra conocerlos, cuando dice:
“Pues si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron sino que precipitándolos en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio...”
Hasta el mismísimo Jesús los cita, siquiera de pasada, cuando es preguntado por los saduceos sobre cuestiones matrimoniales, responde:
“En la resurrección, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido sino que serán como ángeles en el cielo”
Con argumentos emanados de éstas citas y otras muchas más, polemizaban los bizantinos, mientras los turcos hacían cola tras sus muros para comenzar a repartirse los despojos de la hasta entonces orgullosa capital.
Tal discusión, con la consiguiente pérdida de tiempo y energía que, bien hubieran podido dirigir a la defensa de su ciudad, provocó que Bizancio fuera asaltada y arruinada, quedando la angelical cuestión definitivamente irresuelta, pues a los nuevos señores conquistadores se la traía mayormente “al pairo”.
Esa lamentable pérdida, acaso hubiera podido ser evitada de haber realizado una sencilla consulta al Sr. cura párroco de nuestra iglesia de San Juan Bautista quien sin duda conocía perfectamente el sexo de los ángeles.
De haberle preguntado, hubiera resuelto la discusión en un “plis-plas” y sin atisbo de duda. Les habría arrastrado hasta el retablo de la Virgen del Rosario y señalando con su dedo los varoniles atributos de los ángeles representados en las pinturas que adornan las columnetas de la predela del citado retablo, habría sentenciado:
¿No veis? ¡Son varones!
¿Si o no?
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